miércoles, 29 de noviembre de 2017

Perdonen las molestias (Charlie Charmer) (I)

- Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de música de baile para ofrecerles un boletín especial desde Radio Noticias Saurias. Según nos informa nuestro corresponsal García del Pozo, las autoridades de algunas localidades al Norte de Laño han dado la alarma por la repentina desaparición de gran parte de sus habitantes, por lo que se ha creado un cordón de seguridad que impide a los periodistas traspasar dicho perímetro. Seguiremos informando. Hasta entonces, continúen disfrutando de nuestra programación musical: ♪ Si supieras que aún dentro de mi alma conservo aquel cariño ♫…

Miren elevó el muslo, tensando la raja de la falda hasta el punto donde comenzaba a correr serio peligro la costura. Atrapó la pierna de Blas como un cefalópodo paraliza a su víctima y, del mismo modo, se encontró con un partenaire agarrotado y poco dispuesto a colaborar. El joven hadrosaurio (un blasisaurio, por supuesto) parecía haber perdido de pronto el interés por el plan de la pareja de deslumbrar a sus amigos en la fiesta de la facultad con los pasos de aquel viejo tango.

- ¿Qué te pasa?

- ¿Es que no lo has oído? ¿No te preocupa que esté desapareciendo la gente?

Realmente, a Miren lo único que le preocupaba en ese momento era la imagen que podía dejar de su paso por la Universidad de Laño. Su expediente académico no era precisamente brillante y las malas lenguas decían que, si se había graduado, se debía a las visitas “privadas” con que obsequiaba a algunos profesores en vísperas de los exámenes.

Blas sabía que su reciente romance con la chica más deseada de la clase se debía en exclusiva a la proximidad del baile de fin de curso y sus conocidas dotes para el contoneo. No sólo no le importaba, sino que lo había asumido como otro “premio” a los cientos de horas que había pasado en la academia, como la Medalla de Plata de Aurresku o el diploma al Dantzari Promesa de Laño… ¿o era “del año”? Es igual. Pero vamos, que si a Miren le gustaba el tango, pues se bailaba el tango.

- El que vas a desaparecer eres tú como no nos salga mañana el ocho cortado

El único problema que había era que Miren no mantenía bien el eje porque no seguía adecuadamente el torso de Blas, preocupada por no dar un traspiés al meter él su pata para “cortar” el paso. Tendría que mover la cresta hacia el lado contrario, para contrarrestar el empuje de la cola. El bailarín se lo había dicho varias veces, pero ella insistía en que era él quien debía tener cuidado. A pesar de todo, la hadrosauria tenía cierto sentido del ritmo y una escultural figura, por lo que nadie se fijaría especialmente en este tipo de detalles, de modo que Blas había terminado desistiendo de sus comentarios.

- Está bien. Vamos allá otra vez…

La pareja continuó sus progresiones a lo ancho de la pista que habían improvisado en el garaje de la casa de la joven. Aunque se había ocupado de fregar el suelo a conciencia para evitar resbalar en una inoportuna mancha de aceite, aquella dura superficie no tenía mucho que ver con la tarima del gimnasio de la facultad, y las imperfecciones del pavimento, poco aptas para deslizarse con tacones de aguja, ponían a prueba continuamente sus reflejos. Al final de un boleo, la tapa de uno de los tacones salió disparada, golpeando a Blas en la cara.

- Mierda. Espera, que voy a cambiarme de zapatos.

- Por mí no te preocupes, estoy bien –dijo el joven, echándose mano al pómulo; un centímetro más arriba y se habría quedado tuerto.

Apenas le hubo dejado solo, la retransmisión volvió a interrumpirse:

- Última hora sobre las extrañas desapariciones próximas a Laño. Según declaraciones de testigos presenciales a García del Pozo, algunos de los desaparecidos han regresado a sus lugares de residencia. Parecen ser presa de una enfermedad desconocida, presuntamente contagiada por otros animales, que afecta directamente al apetito, volviéndolos tan voraces que no dudan en atacar a sus propios vecinos.

Blas creyó oír un ruído en el exterior. Era como si alguien estuviera intentando forzar la portezuela del garaje. Cuando Miren apareció, se encontró al joven empuñando un hacha, con la espalda pegada a la pared.

- ¿Se puede saber qué estás haciendo?

- ¡Sssssh! Calla. Hay alguien ahí fuera. Le he oído arañar la puerta.

- Debe ser Bruno. Es la hora de la comida.

- ¿Dónde vas? No… no abras.

Miren hizo caso omiso y Bruno entró todo lo rápido que una tortuga podía, agradeciendo a su dueña la atención a lametones.

- No sabía que tuvieras una mascota –trató de recomponerse Blas, volviendo a clavar la herramienta en el tronco del que la había sacado. Sin embargo, el corte no fue muy profundo y su propio peso la habría hecho precipitarse al suelo y mellarse sin remedio si no hubiera intervenido oportunamente Miren. La joven levantó el mango sobre sus hombros, como el más experto aitzkolari, y de un certero tajo, hundió el hacha en la madera casi hasta media hoja. Blas tragó saliva. Ya no sabía si estaba más seguro fuera o dentro de aquella casa.

- Eres muy raro, ¿sabes? No sé si ha sido buena idea escogerte como pareja… de baile –dijo Miren mientras acercaba un cuenco con agua a Bruno.

Efectivamente, hasta entonces no se habían tocado más que para bailar. El “premio” de Blas no dejaba de ser un futurible, si todo salía bien y triunfaban en la pista. El joven era demasiado inexperto para darse cuenta de que ese tipo de hadrosaurias tienen alma de político (o viceversa): sus promesas duran sólo hasta que consiguen lo que buscan. Sintió algo de envidia de Bruno. Con apenas un par de lametones, había conseguido ya su abrevadero.

- Es que no estabas aquí. Han dicho por la radio que… (la música volvió a detenerse) Escucha, escucha.

- Continúan los ataques de los afectados por la extraña plaga al Norte del país. Afortunadamente, la enfermedad parece afectar también al sistema locomotor, provocando una falta de coordinación entre los miembros que permite a las víctimas potenciales alejarse con facilidad. No obstante, recomendamos no aproximarse a quien muestre los síntomas que ha detectado el Instituto de Salud de Iberoarmórica, que ya ha bautizado la epidemia como Z.O.M.B.I. (Zoonosis Obsesiva Mórbida Bacteriano-Infecciosa): ojos vidriosos, eccemas, vitíligo, pitiriasis, erisipela, erupciones y, en los casos más graves, lepromas con abundante pérdida de tejido muscular…

Blas reparó en la vítrea mirada de la mascota, para la que sacar la lengua hasta el cuenco parecía suponer un auténtico esfuerzo. Debía tener un millón de años, calculó.

- ¿Estás segura de que Bruno no tiene el zombi?

- No digas estupideces –dijo Miren, agachándose a abrazar al quelonio.

- …Según informa el ISI –continuó el locutor-, el origen de la epidemia podría estar relacionado con el meteorito que impactó hace unos años en Zumaia. Como recordarán, el cambio climático que siguió…

- Eso está a cien kilómetros de aquí –observó la joven-. Si los enfermos se mueven tan torpemente, tardarán años en llegar. Sigamos con el baile, pues.

- Ni hablar. Han dicho que los ataques se estaban produciendo en los alrededores de Laño. Voy a llamar para que me vengan a buscar. Ya seguiremos ensayando cuando la epidemia esté controlada…

- Esto me pasa por invitar a bailar a un umegorri. Me está bien empleado.

- ¿Dónde está el teléfono?

(continuará...)

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