viernes, 30 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (y IV)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte IV


Resumen de lo publicado: Ben Baxter consigue derrotar al hechicero de los papúes haciéndose pasar por brujo, con el objeto de detener los sacrificios humanos de la tribu (Puedes leer el resto del relato aquí, aquí y aquí).


    Bueno, caballeros, las cosas siguieron exactamente igual durante los siguientes cinco o seis meses, y sin señal alguna de barcos en el horizonte. Comenzamos a acostumbrarnos al tipo de vida, y poco a poco llegamos a hablar la jerga con bastante fluidez y, al final del todo, yo me casé con una joven bastante agradable, quiero decir, en términos generales. Fue el veintidós de diciembre cuando rodamos la bola fuera del bosque, donde, como ya he dicho antes, el sol nunca había lucío, ya que estaba tumbá justo a la sombra del acantilao; pero tras hacerla rodar a campo abierto el sol le daba tol tiempo, menos por la noche. Una tarde, cuando descendió, Ben me dijo:

    "Jim, naide puede ir a montarse en esa bola durante el calor del día. El cuerno, o de lo que quiera que esté hecha, se pone al rojo vivo al sol, y te quema como un hierro candente" –lo que era un hecho, porque lo sentí muchas veces.

    Bueno, llegó julio o agosto, que allí es la temporada de invierno, aunque el sol está casi tan alto en el Norte como en cualquier otro momento del año, como quiera que no existe mucha diferencia en los trópicos, y aunque no estoy completamente seguro de la fecha exacta, pueden apostar entoavía a que recuerdo lo que pasó a continuación tan claro como si fuera ayer. Fue un día sofocante; no se movía un soplo de viento; y yo me quedé en casa tol día por el calor. En torno al ocaso fui a dar una vuelta como de costumbre, y cuando salí vi a Ben subiendo a la bola con la pipa en la boca, como siempre. Subió a la parte superior por los escalones tallaos en el lao, y se sentó, con los salvajes alrededor, y hablando con Ben del mismo modo que ante un juez en el tribunal. Yo estaba paseando por allí, fumando, y no me preocupaba especialmente por lo que estaba pasando, ya que había visto lo mismo al atardecer durante meses, cuando de repente oí a uno de los salvajes dar un grito, y al acercarme a mirar, ví a aquella bola moviéndose y bamboleándose a un lao y a otro, y a Ben Baxter sentao en el taburete en la parte superior con su pipa en la boca, y mirando blanco como un folio, y poniendo los ojos en blanco, y todo su cuerpo parecía rígido. Yo mismo estaba paralizao, y no podía mover un músculo, de lo sorprendío que estaba, y otro tanto los salvajes, y durante unos cinco segundos, calculo, aunque en ese momento parecíeron más de un mes, aquella bola continuó agitándose y bamboleándose, y tol mundo se quedó mirándola, incapaz de hablar o de moverse por la impresión. Entonces un lao se resquebrajó de golpe y se partió del todo, y una cabeza asomó, y era la cabeza más extraña que he visto y espero ver. Era alargada como la de un lagarto, y de algo más de un metro de largo, y con dos grandes ojos, como platos de sopa, a unos quince centímetros de su frente, y tenía un colmillo asomando por la parte superior de la nariz, de unos treinta centímetros de largo. Y un segundo después oí r-r-rip, y aquella bola o concha se partió en dos, y una bestia tremenda salió y se colocó sobre la arena.

Iguanodon y megalosaurio en La tierra antes del diluvio (1864), donde el primero aún presenta el cuerno que el descubrimiento del Iguanodon bernissartensis en 1878 reveló como un pulgar modificado. Dollo expuso al público los primeros ejemplares en Bélgica en 1882, año de publicación de El huevo de iguanodon, por lo que es comprensible el desconocimiento de Milne.

    Su cuerpo tendría unos tres metros y medio de largo, de color marrón oscuro, y escamoso como el de un cocodrilo. Sus patas delanteras eran cortas, y las traseras grandes y fuertes, y tenía tres garras afiladas sobre cada pie. Y tenía una cola como la de un lagarto, de unos tres metros de largo, que contoneaba y doblaba al andar. Y cuando la bola se quebró por segunda vez, el taburete donde estaba Ben Baxter sentao se cayó, y Ben con él, y golpeó a la bestia en la parte trasera del cuello, y Ben rodó, y se quedó tirao en el suelo como muerto. Y, mientras tanto, tos los salvajes que estaban en las cabañas habían salío cuando escucharon el primer grito, y estaban mirando, tos enmudecíos e incapaces de moverse. Y la gran bestia permaneció quieta durante unos tres segundos mirándole, y parecía confundida, e indecisa sobre cómo actuar, y entonces se marchó, directamente hacia los pantanos y bancos de lodo que como les dije estaban cubiertos de palmeras sagú, y cocos, y grandes marañas de todo tipos de árboles y arbustos. Y el primer movimiento que hizo fue sobre el cuerpo de Ben, aunque no se percató de que Ben estaba allí, y parecía atemorizá y asustá. Y tan pronto como se fue tos y cada uno de los salvajes dieron un grito de pavor como naide ha oído jamás, y se precipitaron al bosque, hombres, mujeres y niños, hasta que el último de ellos desapareció de la vista, y me quedé solo con Ben Baxter y la bola. No gano nada diciendo que no estaba asustao, pues lo estaba, pero cuando vi que la bestia se había marchao, supe que no había ningún peligro enminente, y me acerqué a ver a Ben Baxter. Me agaché y lo volví sobre su espalda –había caído de bruces- y traté de despertarle, pero estaba bien muerto. No tenía rasguño alguno, u otra señal, pues la bestia, aunque la vi caminar sobre su cuerpo, no le había puesto un pie encima, o si no le habría reducío a pulpa. Así que llegué a la conclusión de que Ben había muerto simplemente del susto.

    Pasaron tres días hasta que los salvajes regresaron a la aldea, y entonces lo hicieron tremendamente remisos y cuidadosos. Eso es todo, caballeros, lo que tengo que decirles al respecto.

    "¿Volvió a ver a este monstruo de nuevo?", Pregunté.

    "Cientos y cientos de veces", respondió el capitán Sebright. "Tras aquello, viví con los salvajes durante nueve años, hasta que aconteció que una goleta de Ostralia apareció en la bahía en busca de nuez moscada y especias, y me fui en ella."

    "¿Cuáles eran las características del monstruo?", Preguntó W___. "¿Alguna vez atacó el poblado, o fue ofensivo de alguna manera?"

    "Nunca vi ni oí hablar de naide herío por ella. Permanecía en los pantanos y selvas, y nunca molestó a la gente en el pueblo. Creció mu rápido, demasiao, porque sólo medía unos tres metros y medio de largo cuando salió de aquella bola, o huevo, o como quieran llamarla, y la última vez que la vi mediría unos dieciocho metros, y se chocaba en su camino a través del bosque con grandes árboles y los hacía trizas como si fueran rastrojo".

    "¿Nunca hizo públicos los hechos del caso hasta ahora?, quiero decir, ¿nunca contó la historia antes como nos la ha contado a nosotros?" –Pregunté, después de una pausa.

    "¡Jesús!, sí" respondió el capitán, sonriendo, "montones y montones de veces. ¿Pero piensan que creyeron una palabra? No mucho. Algunos sonreían, y me miraban con reserva, como diciendo, no me vengas con cuentos; y otros se enfurecían y me llamaban viejo loco, y supongo caballeros que ustedes harán como ellos".

    "¿Tiene alguna utilidad inmediata que dar a este papel, capitán Sebright?", Preguntó W__, tomando el manuscrito del Sr. Ince de la mesa. "Si no me gustaría tomarlo prestado con fines científicos".

    "Puede tomarlo, señor, y devolvérmelo cuando termine", respondió el marinero, y sin más comentario tomó el sombrero, se despidió, y se marchó.

* * * * * * * *

    "Se trata de una narración de lo más extraordinaria", observó W___, dejándose caer en un sillón, cuando llegó a sus aposentos. "Mi razón se niega a creerla, y sin embargo, su evidencia interna la corrobora. Si la historia hubiera sido narrada por una persona inteligente y educada, la habría considerado desde la profunda sospecha; pero parece casi imposible que este marinero ignorante haya podido disponer sus hechos de tal modo que coincidieran con lo que en realidad sucedería si el sujeto de su trama existiera. La descripción del segundo de a bordo de las características geológicas de la región, también, muestra que las condiciones físicas eran justo las que serían esenciales para la producción de tal prodigio. Pero la idea de un huevo yaciendo sobre la arena, y que nos llegue desde el Periodo Secundario…"

    "Hace cientos de miles de años", le interrumpí.

    "Y sin que sus jugos se sequen…"

    "Y sin eclosionar mucho antes por la mera temperatura atmosférica…"

    "¡Vaya, es tan absurdo!" Y W___ fue a su estantería y cogió un libro.

Pan carbonizado de Pompeya (Soprintendenza Speciale per Pompei, Ercolano e Stabia). Ignoramos la fuente de la que Milne extrajo tan sorprendente noticia. Un interesante artículo sobre el tema, aquí


    "Aún así", me atrevo a comentar, "la vitalidad germinal de la naturaleza es casi infinita. Destruir especies debe ser una tarea titánica. El hombre, por lo menos, siempre ha fracasado al hacerlo, y sin embargo, está en guerra constante con todos. Semillas de gramíneas que han permanecido siglos y siglos enterradas en las bóvedas de Pompeya y en las pirámides de Egipto, han brotado con la misma vitalidad y vigor que las de la cosecha de trigo de los últimos años; ¿y diremos que, bajo ciertas condiciones, el huevo de un animal no podría preservar el germen vital por un período de tiempo igualmente indefinido? ¿Se puede afirmar que ese caso es físicamente imposible?"

    "No", contestó W__, reflexivo; "No tengo derecho a hacerlo. Aquí", continuó, abriendo un volumen, "hay un modelo con el aspecto que tendría el iguanodon, ese monstruoso dinosaurio del Período Secundario, reconstruido a raíz de los pocos restos óseos encontrados en las arcillas de Wealden y otras formaciones afines. Veamos lo que el artículo que lo acompaña dice, y hasta qué punto coincide con la narración del capitán Sebright" y W___ pasó las hojas hasta encontrar el lugar. "Ahora", continuó, "este monstruo podría posiblemente haber sido un teleosaurus, algunas de cuyas especies, nos informa el libro, medían hasta diez metros de largo, uno de los cuales correspondería a la cabeza del animal. Sus terribles mandíbulas, que estaban bien resguardadas tras los oídos, se abrían con una amplitud de casi dos metros, a través de los que podría engullir, en las profundidades de su boca cavernosa, ‘un animal del tamaño de un buey’. O, posiblemente, un megalosaurus, que medía, se nos dice, de once metros y medio a doce metros de largo, y que está total y gráficamente descrito en el admirable Tratado Bridgewater [1] del Dr. Buckland. Cuvier, sin embargo, a partir de las dimensiones de la coracoides (un proceso de la escápula), supuso que el Megalosaurus bucklandii pudo haber alcanzado los veintiún metros de largo. Pero ninguno de estos animales poseía el cuerno facial, y ambos eran carnívoros –dos hechos que están en desacuerdo con la descripción capitán Sebright-. ¡Ah! Aquí lo tenemos: el iguanodon. 'De dimensiones más formidables que el megalosaurus era el iguanodon (o "dientes de iguana") el cual, por la extensión de nuestras investigaciones hasta la fecha, debe ser tenido por el más gigantesco de los saurios prehistóricos. El profesor Owen difiere del Dr. Mantell en su estimación de la longitud del animal, que el último calcula en de quince a dieciocho metros. Las dimensiones comparativas de sus huesos muestran que se mantenía sobre sus piernas, siendo las extremidades posteriores mucho más largas que las anteriores, y los pies cortos y enormes. La forma y disposición de los pies muestran que se trataba de un animal terrestre, como su dentadura prueba que era herbívoro. El iguanodon llevaba un cuerno en el hocico. Un esqueleto, casi perfecto, fue descubierto por Mantell en el bosque de Tilgate".

    "Parecería, entonces", observé, "que nuestros sabios difieren materialmente en su estimación del tamaño de estos animales, y en vista del viejo apotegma '¿quien decidirá cuando los médicos no están de acuerdo?’ supongo que el testimonio del capitán Sebright, y el del capitán de la goleta australiana que avistó al monstruo, como se informó en el Brisbane Courier, ambos de los cuales señalan una longitud del animal entre los veinticuatro y los treinta metros, tienen derecho a tanto respeto como las inferencias obtenidas simplemente de un examen de los huesos, aunque realizadas por distinguidas autoridades".

    "Bueno", respondió W___ pensativo, "los no científicos, y no entrenados en la formación de buenos cálculos de dimensión en relación con las distancias, son más propensos a errar por el lado de la exageración que en la disminución de los hechos. La mera afirmación de un puñado de marineros en una cuestión de tamaño de cualquier objeto avistado tiene poco peso a la hora de formarme una opinión. Pero lo que sí lo tiene son los cálculos de las dimensiones del huevo del capitán Sebright. Si la medida del capitán del diámetro del huevo –cuatro metros- debe ser aceptada, debemos aceptar necesariamente su medida del depositante del huevo –veinticuatro a treinta metros-. Ex pede Herculem [2] -a partir del tamaño del huevo el tamaño del animal-. El testimonio del capitán es inimpugnable, sin embargo, no está corroborado. El título más fuerte para creerlo radica en la evidencia interna de la historia respaldada por la credibilidad del narrador. Mientras tanto, voy a poner los hechos en conocimiento de la Academia de las Ciencias y a esperar nuevos informes de los periódicos australianos".

Robert Duncan Milne
San Francisco, Abril de 1882


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[1] Financiado con un legado del Conde de Bridgewater bajo la administración del presidente de la Royal Society de Londres, constaba de ocho volúmenes cuyo objeto era ilustrar “sobre el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, tal como se manifiestan en la Creación”. El eminente paleontólogo William Buckland (1874-1856) aportó a dicho corpus el sexto tratado, Geology and Mineralogy considered with reference to Natural Theology (1836).
[2] Por su pie, [podemos medir a] Hércules, es una máxima de proporcionalidad inspirada en un experimento atribuida a Pitágoras.

jueves, 29 de octubre de 2015

Los dinosaurios kitsch de Cahill Wessel

El artista norteamericano Cahill Wessel vive a las afueras de San Francisco (California) y es considerado por algunos como el maestro de la psicodelia contemporánea. Según sus propias palabras, "cuando no estoy luchando contra supervillanos en lugares muy lejanos, estoy ocupado pintando imágenes de este mundo loco en el que vivimos. Es un mundo de grandes maravillas, caos sin límites, y excepcional belleza". Y esta peculiar percepción de la realidad hace que su obra se caracterice por mezclar lo kitsch, lo surreal y lo grotesco a partes iguales. Y como no, los dinosaurios no podían faltar en alguno de sus trabajos.


miércoles, 28 de octubre de 2015

The Last Supper

Harantula es un dúo formado en 2012 por Héctor San Andrés (graduado en Biología) y Javier Sanz (profesor de ciencias), ambos de Madrid y especializados en el diseño de camisetas con una enorme interés por la cultura popular. Un ejemplo es este diseño para Threadless, en el que mezclan la extinción de los dinosaurios con la obra de Leonardo da Vinci "La última cena". Se puede adquirir aquí por unos 25 dólares.

martes, 27 de octubre de 2015

Las sórdidas novelas dinozoofílicas de Chuck Tingle

Ya comentamos por aquí el tremendo auge que estaba teniendo la novela paleoerótica en portales como Amazon o Barnes and Noble. Entonces deciamos que se podía considerar a Christie Sims la abanderada de este fenómeno literario, pero en los últimos tiempos son muchos los autores que han abrazado esta peculiar temática. R.K. Galaga ya es conocido por estos lares (por ejemplo, aquí y aquí), pero tanto en su caso como en el de Christine Sims estaríamos hablando de tramas "heterosexuales" (si es que se le puede llamar así). Por contra, otro autor muy prolífico dentro de este género es Chuck Tingle, pero en su caso se ha especializado en la literatura dinozoofílica "homosexual" (de nuevo, si es que se puede denominar así).

Según su nota biográfica de Amazon, el "Dr. Chuck Tingle es un autor erótico y gran maestro de taekwondo (casi cinturón negro) de Billings, Montana. Tras recibir su doctorado en masaje holístico por la Universidad DeVry, Chuck quedó fascinado por todo lo sensual y creó el "Tingler", historias tan maravillosamente eróticas que no se pueden leer sin que te provoquen un fuerte escozor bajo la columna vertebral". El caso es que Tingle comenzó a escribir relatos eróticos cuyos protagonistas distaban mucho de ser los típicos gays musculados que podrían pulular por la literatura erótica homosexual convencional. El universo de Tingle incluye unicornios motoristas, bigfoots piratas, locomotoras vivientes y... el estado de California. Y por supuesto, también los dinosaurios tienen un peso importante en su obra.


Las tramas de las novelas dinozoofílicas de Tingle son totalmente descacharrantes. Por ejemplo en "Gaygent Brontosaurus: The Butt Is Not Enough", el protagonista es un botones de un hotel de Centroamérica que se enrolla con un brontosaurio que trabaja de agente secreto y que persigue a un ruso muy malo con un garfio por mano. En "Space Raptor Butt Invasion", un hombre perdido y solo en el lejano planeta Zarbus recibe la visita (y algo más) de un enigmático astronauta que resulta ser un velociraptor. Y en "Professor T-Rex Teaches Me Gayness", un joven descarriado consigue trabajo de conserje en un instituto y resuelve una difícil ecuación en la pizarra. El profesor tiranosaurio lo descubre y le enseña algo más que matemáticas... Y así todas, un derroche de imaginación, acompañado siempre por unas portadas impagables.


lunes, 26 de octubre de 2015

El peinado dinosauriano de Nagi Noda

La fotógrafa japonesa Nagi Noda fundó su propia compañía de publicidad, Uchu Country, en 2003 con tan solo 30 años. Además, realizó vídeos musicales para artistas como Yuki Isoya o Scissor Sisters. En 2008, falleció trágicamente a los 34 años en un accidente de tráfico. A lo largo de su carrera artística, estuvo fuertemente influenciada por el surrealismo, y prueba de ello es este imposible peinado dinosauriano.

viernes, 23 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (III)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte III


Resumen de lo publicado: Tras naufragar en Nueva Guinea, Ben Baxter y el capitán Sebright deciden investigar el secreto del bosque para poner fin a los sacrificios humanos de los nativos (Puedes leer el resto del relato aquí y aquí).


    "Jim", dijo Ben, tras un tiempo, "hay algún misterio en ese montículo. Baja a la cabaña, y trae las palas de palofierro [1]. Voy a averiguar qué hay bajo ese montículo".

    Así que me arrastré con extremo cuidao fuera de la arboleda, conseguí las palas, y se las traje a Ben. Luego cada uno tomamos una pala y volvimos al montículo, y según volvíamos sobre el espacio abierto la arena parecía crujir bajo nuestros pies, y Ben se detuvo y la examinó, y excavó un agujero con su pala.

    "Jim," dijo, deprimío, "que me caiga muerto, si este lugar está hecho de otra cosa que no sean huesos humanos que me quede ciego."

    Y miré hacia abajo también, y cavamos y no encontramos na’ más que huesos, pequeños y grandes. Y a juzgar por el área del lugar y la profundidad de los huesos, aunque no pudimos encontrar el fondo por más que cavamos, yo diría que debía haber miles y miles de personas asesinás en aquel lugar, y le dije a Ben:

     "Ben," le dije, "es suficiente pa’ hacer a un hombre estremecerse pensando en cuántas pobres criaturas han ser sacrificadas aquí pa’ dejar tos esos huesos."

    Y Ben dijo: "Sí, así es; démonos prisa o de lo contrario los salvajes nos cojerán, y tendremos serios problemas."

    Así que fuimos al montículo, y primero limpiamos los cuerpos de las doce chicas jóvenes que yacían muertas, y los tendimos uno al lao del otro, en fila, y entonces tomamos nuestras palas y comenzamos a arrojarles la arena del montículo, comenzando por un lao de la parte inferior. Era un trabajo bastante duro, porque la arena era más como arcilla, y de un color oscuro, sucio, que parecía haberse mezclao por toas partes con la sangre. Bueno, cavamos durante tal vez diez minutos, y habíamos conseguío avanzar en torno a un metro o quizá algo más cuando oí algo tintinear como el hierro, y Ben dijo:

    "Jim," dijo, "he golpeao algo duro", y volvió a clavar su pala, y dijo: "Sí, sea lo que sea, es tremendamente duro."

    Y entonces le di a aquella cosa un golpe con mi pala, y parecía como si estuviera golpeando un peazo de gutapercha [2], porque el palofierro rebotó, y consiguió poco.

    Entonces Ben dijo: "Esa cosa es enorme. Subamos a la parte superior del montón, y excavemos la arena hasta que alcancemos la maldita cosa, sea lo que sea."

    Así que los dos ascendimos a la parte superior del montículo, y comenzamos a excavar como buenos chicos. Tras una media hora de trabajo habíamos sacao casi dos metros de arena, y volvimos a golpear con nuestras palas en esa cosa dura.

    "Esta es la parte superior”, dijo Ben, "y supongo que ese primer hoyo está en la parte inferior. Voy a sacar cada grano de arena antes de parar, aunque tarde un mes, y averiguaré que es esa maldita cosa."

    Así que ambos comenzamos de nuevo, sin decir na’, pero sin dejar de trabajar. Debimos trabajar bastante silenciosamente también, ya que los centinelas nunca nos oyeron, aunque no estaban a más de cien metros. La luna marcaba sobre la una cuando comenzamos el trabajo y sobre las cinco cuando terminamos de abrirnos paso y despejamos la cosa, y el día comenzaba a romper en el Este. ¿Y qué creen que era? Bueno, caballeros, que el diablo me lleve si alguna vez había visto una cosa más divertida en mi vida. Parecía una bola redonda de unos tres metros y medio o cuatro a través, pero aplaná por donde yacía en la arena. Su color era una especie de marrón amarillento, y la cosa estaba arrugada por toas partes como la piel de los rinocerontes que una vez vi en África. La golpeamos con nuestras palas por toas partes, pero no pudimos hacerle ni una marca de lo gruesa y firme que era.

    "Bueno", dijo Ben, limpiándose la frente, "¡Dios mío! Me pregunto qué dirán los salvajes cuando se enteren de lo que hemos hecho. Eso era una especie de dios pa’ el que sacrificaban niñas”, y le dio a la cosa otro golpe con la pala, tan fuerte que resonó por tol bosque, y al minuto siguiente unos cincuenta salvajes llegaron corriendo con su mazas y lanzas, y vociferando tanto como no han oído en toa su vida.

    Bien, cuando vieron lo que había acontecío, y la gran bola ande antes sólo había un gran montículo de arena, se quedaron como aturdíos, mirándose unos a otros, y a mí y a Ben, que estaba allí apoyándose en la pala, como despreocupao. Era fácil ver que no sabían qué hacer, porque todo aquello quedaba fuera de su conocimiento, así que esperamos a ver qué pasaba. Tras unos minutos el sumo sacerdote entró con un grupo de negros de la aldea, y entonces tos se pusieron a parlotear en su jerga, y a señalarnos a mí y a Ben y a la gran bola. Enmediatamente el sumo sacerdote fue hacia un lao con unos cuantos salvajes, y comenzó a hablar, y entendí que estaban manteniendo un consejo de guerra o algo por el estilo. Se dieron la vuelta pa’ hablar entre ellos, y el sacerdote hizo una señal, y la mayoría de los salvajes formó un círculo a nuestro alrededor, y permanecieron como amenazantes. Entonces Ben me dijo:

    "Jim, los negros quieren jugárnosla, pero el primero que se me acerque se la va a llevar buena. Ése va a volar por delante mía y va a darle un buen achuchón a la pala de palofierro, y después veré qué es lo que buscaba."

    "Está bien", dije, "Supongo que podemos ser tan difíciles de matar como el siguiente que venga, si llega la ocasión."

    Y justo en ese momento, la mujer de Ben llegó corriendo a través de los árboles, y atravesó el círculo, y se quedó junto a Ben, y comenzó a chapurrear como una loca. Yo no sabía lo que estaba diciendo, pero Ben sí, y como lo averigüé todo luego, les diré ahora cuál era el quid de la cuestión. Las normas del lugar eran que naide debía entrar en aquella arboleda bajo pena de muerte, y el sumo sacerdote había dicho que debíamos morir. Cuando la mujer de Ben llegó corriendo y vio lo que pasaba, le dijo a Ben que su única oportunidad era hacer algo que el sumo sacerdote no fuera capaz de hacer. Ben me miró triste, y dijo:

    "¿Qué diablos puedo hacer, Jim, que los salvajes admiren y no sean capaces de hacer? El sumo sacerdote dice que esa cosa de ahí es un dios, y si yo soy un dios debo realizar un milagro pa’ probarlo." Porque, les recuerdo, los salvajes entoavía tenían cierta testarúa idea de que Ben era algo más que hombre ordinario.

    Entonces pensé un minuto, y le dije: "¿Qué hicisteis con aquella lata de alquitrán que había en el bote cuando naufragamos?"

    Ben dijo: "Creo que está allí entoavía."

    "Espera hasta que vaya a buscarla," le dije, "creo que podemos realizar un milagro con ese alquitrán."

    Así que tras parlamentar un poco me permitieron abandonar el bosque, acompañándome media docena de salvajes pa’ ver que no estaba fingiendo pa’ escapar. Cuando llegué a la orilla, me aseguré de que la lata de alquitrán estaba en la parte de abajo del barco, y después de que la cogí desenterré un montón de raíces de mangles de las que crecen en el agua, y cuando tuve suficientes, me marché de regreso a la arboleda, y los salvajes conmigo.

Mangles cerca de Kaele. Picturesque New Guinea (M.J.W.Lindt, 1887)

    Y por el camino embadurné cuatro raíces húmedas con el alquitrán que había en la lata, a escondidas, y sin que lo supieran los salvajes, que de tos modos no tenían ni idea de lo que era el alquitrán. Cuando regresamos, le entregué las raíces a Ben, y le dije lo que debía hacer. Entonces esperé tranquilamente a ver qué pasaba. Entonces Ben, y su esposa, y el sumo sacerdote tuvieron una charla, y Ben le entregó las raíces de los mangles húmedos que no tenían alquitrán al sumo sacerdote, y le preguntó si podía hacerlos arder, al mismo tiempo diciéndole que él podría quemar las suyas. Pude ver que la jugada de Ben dejó pasmao al sacerdote, que por supuesto no era ningún tonto aunque fuera un salvaje; pero puso buena cara, e hizo bajar al campamento a algunos de los negros a por teas. En un momento regresaron con las teas, e hicieron una gran fogata en la arena, y el sacerdote tomó sus raíces de mangle húmedas y dio varias pasadas sobre ellas, y murmuró y rezó tan normal como cualquier sacerdote real que haya visto y entonces sacó del fuego el mayor peazo de madera ardiente que pudo ver, y la raíz de mangle más pequeña que pudo encontrar en el montón, y la mantuvo sobre la llama; pero sólo burbujeó y chisporroteó, y aunque continuó sujetándola sobre la llama, no había quemadura alguna en ella; y finalmente se apagó el fuego en la rama, y ​​los negros que estaban alrededor miraron solemnes, como diciendo: "¿Qué estás tratando de hacer, viejo? No has vivío lo suficiente pa’ saber que las raíces de mangle húmedas no se queman?” Y el viejo sacerdote parecía bastante avergonzao de sí mismo por mostrar a la gente de allí que había algo que no era capaz de hacer. Entonces Ben se adelantó, sonriendo, con sus raíces de mangle pringás con el alquitrán, e hizo una reverencia al público, y tomó una de las raíces y la mantuvo sobre una llama, igual que el sacerdote había hecho, y el alquitrán que estaba en ella prendió de golpe, y ardió como yesca. Y por supuesto los salvajes lo vieron de enmediato, y tol mundo inclinó la columna, y tocó la arena con la frente ante Ben, y el sumo sacerdote también se inclinó, y se arrastró de rodillas ande Ben estaba, y besó sus pies.

    "Ahora", me dijo Ben "tenemos a los salvajes justo donde los queríamos, y voy a arreglar este asunto divino ahora mismo". Entonces gritó en su jerga, y les ordenó que se levantaran. Y se pusieron en pie y permanecieron con las manos cruzás sobre el pecho como momias, tos ellos. Luego envió a algunos al pueblo a por cuerdas, porque hacían fuertes cuerdas de fibra de coco, y los salvajes lo hicieron. Y mientras estaban de camino, Ben me dijo: "Creo que la mejor manera de parar estos asesinatos es sacar esa bola desta arboleda, y cortar los árboles."

    "Bueno, Ben", le dije, "tú eres el dios jefe ahora, y creo que lo harás mejor."

    Así que cuando los salvajes regresaron con las cuerdas, Ben puso a toa la multitud a trabajar talando y haciendo cachos los árboles con sus hachas de palofierro. Era un trabajo bastante pesao, pues los árboles eran viejos y gruesos, pero pronto se despejó un sendero bastante amplio pa’ arrastrar la bola hasta el claro. Había una cosa, caballeros, que me pareció peculiar, y fue que a mediodía la bola estaba tumbada justo al borde de la sombra del acantilao, y siendo el día más largo del año, y estando el sol en el punto más al Sur del Ecuador, era fácil ver que la luz del sol no habría lucío nunca en la bola desde que estaba en ese lugar. No pensé nada desta cercustancia entonces, pero cuando después vi lo que sucedió, recordé ese hecho pa’ encontrar una explicación al misterio.

    Bueno, como iba a decir, cuando se hizo de noche yo y Ben Baxter y los salvajes abandonamos la arboleda, y descendimos a las cabañas pa’ dormir, pero unos cuantos se quedaron en el bosque alrededor de la bola, supongo que por costumbre. Y la mañana siguiente tos regresamos a la arboleda, y Ben y yo retorcimos varias cuerdas en una amarra de tres cabos, porque no podíamos decir lo pesada que podría ser la maldita cosa, y no queríamos romper las cuerdas con una presión mu fuerte. Así, cuando tuvimos la amarra hecha, lanzamos un nudo corredizo alrededor de la bola, metiendo los extremos dentro de un lazo, dejando un cabo de cientos de metros pa’ tirar de él. Luego tomamos alrededor de cincuenta de los salvajes más fuertes y los situamos a lo largo de la cuerda, y Ben les dio la orden de tirar. Justo entonces el sumo sacerdote y unos cuantos ancianos canosos se arrodillaron ante Ben, que estaba justo ante la bola, y comenzaron a hablar en su jerga. Yo no sabía lo que estaba sucediendo, pero luego oí que estaban rezando y suplicando a Ben que no moviese la bola, o algo terrible podría pasarles, diciendo que naide sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero que había un montón hecho con guijarros en una esquina de la arboleda, y cada año, cuando se sacrificaba a las jóvenes, el sumo sacerdote ponía otra piedra en el montículo. Antes de nada, yo y Ben fuimos y miramos el montón de guijarros, que era una especie de pirámide de unos tres metros de alto, y hasta donde pude calcular, debía contener no menos de un millón de guijarros.

    "Diantre," dijo Ben, cuando vió el montón de guijarros, "esa pelota debe llevar ahí miles de años antes de Adán y Eva, o si no el sumo sacerdote es el mayor condenao mentiroso que he visto. De toas formas, creo que se ha arrojao el último guijarro en ese montón, y que esa bola va a salir fuera desta arboleda en este preciso momento, o mi nombre no es Ben Baxter".

    Así que regresamos junto a la bola, y Ben empujó al sacerdote y a los ancianos, y ordenó tirar; pero la maldita cosa estaba tan pegada a la arena que no había manera alguna de tirar a ella, hasta que, de repente, se inclinó hacia arriba, porque yo y Ben y unos veinte salvajes la levantamos por detrás, y dio un vuelco, y entonces, el cabo se deslizó por encima.

    "Deberías haberlo sabío, Ben", dije; "Podemos sacar esa bola fuera rodando mucho más fácil que arrastrándola." Así que tos nos pusimos detrás de ella, y simplemente la hicimos rodar como una gran bola de nieve, hasta que la sacamos de la arboleda, y la llevamos a la llanura frente al pueblo. Y, aunque la cosa tenía unos cuatro metros de diámetro, en modo alguno pesaría más de cinco toneladas.

Poblado Pet en Sadāra Makāra (montaje con piedra redonda). Picturesque New Guinea

    Entonces Ben me dijo: "Jim, creo que hemos resuelto este asunto; pero la idea tié que fijarse, voy a mostrarles a los negros la diferencia entre un dios viviente real y una gran bola rugosa redonda. Tú sólo trae el escabel que hice cuando llegamos aquí ".

    Así que traje el taburete frente a la cabaña; y Ben sacó su navaja, y talló escalones en un lao de la bola, pa’ subir hasta arriba, porque dijo que parecería indigno de un dios arrastrarse escalando por el lao liso de una bola aguantándose con los dientes y las cejas. Una vez estuvo arriba le tiré el taburete, y entonces excavó cuatro agujeros en la parte superior pa’ sostener en equilibrio las patas del escabel, y luego se limpió la frente y se sentó encima. Y cuando los salvajes vieron a Ben sentao en lo alto de la bola que tenían por su dios cuando estaba tirá en el bosque cubierta con arena y naide sabía lo que era, comenzaron a dar voces y vítores y a golpear sus tambores como no han oído en su vida. Tras aquello, Ben construyó una gran cabaña, con cuatro lonas de estera de cocotero, y el doble de grande que el resto de las cabañas, y le trajeron los mejores frutos y manduca que había, y ya no tuvo más que hacer que relajarse y disfrutar. Y el sumo sacerdote se volcó con él porque tos sabían cómo le había derrotao quemando las raíces de mangle, y vio que era inútil enfrentarse a su popularidad. Cada mañana y atardecer, los momentos más frescos del día, Ben subía a la bola, y se sentaba sobre el taburete, y fumaba su pipa –pues había una hierba en la isla parecida al tabaco- y estableció la ley de que si cogían a los salvajes peleando o robando, les darían cincuenta o cien golpes con bambú.

(Continuará...)

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[1] El Olneya tesota o Palofierro es un árbol endémico de Arizona y California, de madera muy dura.
[2] Del malayo getah (caucho) y pertja (árbol) es un tipo de goma parecida al caucho, translúcida, sólida y flexible, fabricada a base del látex proveniente de árboles del género Palaquium.

jueves, 22 de octubre de 2015

Dinoblues, de Pascal Blanché

El ilustrador canadiense Pascal Blanché, de Montreal (Québec), lleva trabajando en la industria de los videojuegos desde 2002. Su especialidad es el diseño de mundos imaginarios, oníricos y apocalípticos, en los que siempre tienen cabida los dinosaurios.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Triceratops, de Gregory Hergert


Más Gregory Hergert aquí

martes, 20 de octubre de 2015

El trailer setentero de Jurassic World


Por el canal de Youtube de Frank, más conocido como ChiefBrodyRules, desfilan trailers de clásicos del cine y films inventados hechos a partir de fragmentos de otras pelis, a los que incorpora música y narración. Entre sus últimas creaciones encontramos un trailer de "Jurassic World" fechado en 1978 y protagonizado por Michael Caine, Raquel Welch, Richard Pryor y Charlton Heston. Según Frank, fan incondicional de la saga, "Jurassic World" le recuerda a las películas de desastres de los setenta y pensó cómo sería si se hubiese hecho en esa década. Todo ello le llevó diecisiete semanas de trabajo, utilizando fragmentos de la propia "Jurassic World" y de otras cuarenta y seis películas entre las que se encuentran clásicos como "The Omega Man", "Planet Of The Apes", "The Valley Of Gwangi", "The Italian Job" o "When Dinosaurs Ruled The Earth". Para la banda sonora eligió a John Carpenter & Alan Howarth ("Escape From New York"), John Barry ("King Kong") o Jerry Goldsmith ("Logan's Run").

Una delicia que me descubrió Paramizer. ¡Gracias!

viernes, 16 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (II)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte II


Resumen de lo publicado: El capitán Sebright narra a sus interlocutores su naufragio en Nueva Guinea, donde fue acogido por una tribu de papúes. (Puedes leer la Parte I del relato aquí).


    Bueno, caballeros, tras alrededor de un mes o así comenzamos a entender una miaja su jerga. El señor Ince, pese a ser un hombre educao, por lo que podrían pensar que la hablaría en seguida, fue el último de tos. Me las arreglé pa’ conocer la mayoría de las palabras relacionás con la manduca bastante rápido, y “¿Cómo está?" y “Adiós" y ese tipo de palabras; pero Ben Baxter, que era el crío-adulto más ignorante que jamás navegara frente a un mástil, y nunca sabía na’, y no era capaz de escribir su propio nombre, a pesar de que fue contramaestre, la aprendió por completo enseguida. Ben se hizo con la jerga a marchas acelerás, y siendo un hombre grande, de en torno a 1,95 m., calculo, y de complexión fuerte, le tenían miedo, y solían arrodillarse y besar sus pies; sin embargo, no vieron na’ en el señor Ince, que era un hombre pequeño y enfermizo. Bien, llevábamos allí como unas seis semanas, calculo, cuando Ben nos dijo una noche en la cabaña:

    "Chicos," dijo, "voy a casarme."

    "Sí", dije yo "Eso pensaba. Te he visto arreglarte pa’ esa india de amplia sonrisa con los volantes amarillos. Vas a hacerlo, ¿verdad? Bueno, os deseo suerte. Tal vez me quieras de padrino.”

    "Bueno, Ben," dijo el señor Ince, "supongo que tenemos que sacar lo mejor de esto. No hay señales de barcos a la vista, ni posibilidades de que aparezcan, hasta donde yo llego. Tengo intención de encontrar un paso hacia el Sur entre las laderas cuando la temporada de lluvias acabe, y pensé que vendrías con nosotros, pero si te casas aquí tendremos que ir sin ti", y el señor Ince tosió, y me di cuenta por la tos de que no iba no iba a encontrar jamás ningún paso hacia el Sur entre las laderas en este mundo, porque tenía una tuberculosis avanzada, aunque él no lo sabía.

    "Bueno", dijo Ben, "no estaba al tanto deso, señor. No es un matrimonio oficial por un sacerdote, sabe, y yo no sé si debe preocupar que ese tipo de matrimonios sea vinculante."

    "No deberías mirarlo bajo esa óptica, Ben", dijo el señor Ince –que era bastante religioso- "Si la ceremonia se celebró conforme a las costumbres de la gente con la que estás viviendo, es tu deber acatar el contrato".

    "Bueno", dijo Ben rascándose la cabeza confundío, "Supongo que si ese es el caso, yo soy el peor mormón de los Mares del Sur; pero el que no tié perro, montea con gato, en cualquier caso".

    Así que a la mañana siguiente mañana, por supuesto, Ben estaba casao, y les contaré cómo fue la cosa. No hubo ceremonia de la que hablar, tan sólo Ben y la indígena permanecieron uno frente a otro, y uno de los ancianos –después me enteré de que era una especie sumo sacerdote- tomó un plátano y lo frió, y dio un extremo a Ben y el otro a la indígena, y luego lo partió en dos por la mitad, y cada uno se comió su peazo, y tras eso se les consideró tan firmemente casaos como cualquier párroco en el mundo podría haberlo hecho. Y ahora, caballeros, no vayan a pensar que los salvajes no eran tan virtuosos como los blancos, porque yo les digo que lo eran. Cada hombre tenía una sola esposa, y siendo su esposa no podía divorciarse de ella. Cada pareja ocupaba una choza, y los pequeños negritos estaban fuera, entre la arena. Como he dicho antes, fue el 23 de octubre cuando encallamos, y Ben Baxter se casó el tres de diciembre.

    "Pero, capitán," interrumpí, algo cansado de la inconexa historia y observando a W___ sofocar un bostezo, "¿que tiene que ver el matrimonio de Ben Baxter con el monstruo para hablarnos del cual nos pidió venir aquí?"

    "Absolutamente todo", respondió el capitán, agitado, "Si no hubiera sío por el matrimonio de Ben Baxter no habría una gran bestia ahora rondando los pantanos papúes".

    Esta observación paralizó mis objeciones en cuanto a la relevancia de la historia, y con una idea algo vaga de que el capitán estaba en realidad encaminándose hacia alguna conclusión por pasos que eran necesarios para la inteligibilidad de su narración, determiné esperar pacientemente.

    "Verán", continuó el capitán, "la indígena con la que Ben se casó era la hija del jefe, y gracias a ese matrimonio Ben se hizo más grande y popular que nunca. Verán, podía tirar a los salvajes luchando, patearlos y golpearlos al jugar a pelearse, y le convirtieron en una especie de dios. Ahora, debo decirles que los salvajes no tenían idea alguna acerca de un ser supremo, y no les preocupaba en absoluto ningún tipo de culto hacia na’ que no pudieran ver, pero veneraban a Ben Baxter, porque le respetaban, era algo que tenían ante sus ojos.

    Bien, llegó mediaos de diciembre, cuando la gente del pueblo comienza a hacer grandes preparativos pa’ una especie de fiesta, ya que podía verles llevando y preparando toa clase de manduca, y pintándose, y toa la tribu de salvajes vino desde el campo, tal vez ochocientos o mil en total. Corrían en toas direcciones, golpeaban tambores y entrechocaban platillos, hasta que tos nos preguntamos qué iba a suceder. Ben se había ido a otra choza pa’ vivir con su esposa, y yo y el señor Ince nos habíamos quedao solos. La tos del señor Ince empeoró y el quince de diciembre (porque anotábamos los días con muescas en un palo) falleció, y Ben Baxter y yo cavamos una fosa, y lo enrollamos en esteras de cocotero y lo metimos dentro, mientras los salvajes permanecían alrededor observando; y cuando arrojamos las paladas de arena sobre él Ben Baxer lloró y entonces tos esos salvajes empezaron a lloriquear como críos, y nunca oirán semejante alboroto en toa su vida. Y antes de morir el señor Ince dio a Ben Baxter su insignia y su anillo, y a mí me dio su reloj y su cuaderno, pues dijo que no tenía parientes vivos en el mundo que él supiera. Y aquí hay un fragmento de escritura que ustedes, caballeros, entenderán mejor que yo, en relación con el país en el que naufragamos. Está un poco roto, pero tal vez puedan extraer algunos hechos de él”, y el capitán nos entregó una hoja de papel escrito a lápiz con una letra diminuta, en parte indescifrable por el tiempo y el desgaste.

    W___ tomó el manuscrito, se puso las gafas, y después de examinarlo con atención por un minuto o dos, lo leyó como sigue:

Zamia spiralis. Elementos de Geología (6ª Ed. 1867, Charles Lyell)

    "23 de octubre de 1865__Bergantín Mary Chester, capitán William Ayres; Wellinghton a Singapur, carbón; a pique frente al cabo Rodney; todos desaparecidos, excepto yo mismo, Baxter, contramaestre, y Sebright, marinero. 24 de octubre-tomamos tierra, indígenas amables e inofensivos; hecho cuadrante; tomada latitud a partir de datos conocidos y longitud conocida con aproximación-7º 30 'S 45 ° 30' E, dando al Norte la costa de la ensenada de la bahía de Papua (…) -aquí MS se vuelve indescifrable- formaciones geológicas peculiares; afloramientos en la superficie del período Jurásico; rocas de tiza, lias [1] y oolitos de menor calidad, arcillas laminadas azuladas y grisáceas; acantilados listados con bandas características; margas arenosas y calizas arcillosas; un lecho ferruginoso por todas partes; (…) coniferas, araucarias; cícadas abundantes, pterophyllum y crossozamia [2], también plantas endógenas; Zamia spiralis [3] -piña australiana- (…), univalvos tanto herbívoros como carnívoros, lapas y caracoles de mar, estrellas de mar, lirios de mar, esponjas, corales (…) lechos interiores con fósiles jurásicos; montículos completos de huesos de gigantescos reptiles deinosaurios [4]; particularmente Ichtyosaurus [5] e Iguanodon; fémures de los últimos de más de tres metros por (…) la misma vegetación y formación geológica que en el periodo Jurásico; región más que reseñable; muy digna de investigación científica. (…) 3 de diciembre-Baxter se casó hoy con una nativa; intentaré alcanzar el Cabo Rodney cuando la estación lluviosa termine. Toso y estoy muy débil (…)"

    "No puedo sacar nada más de este manuscrito", dijo W__; "El resto está o bien rasgado o bien borroso. Lo que he leído, sin embargo, me convence de que el escritor había observado cuidadosamente las características naturales del país al que había sido arrojado, y que éstas están fuertemente relacionadas con las que sabemos que existieron en el período Jurásico. Extraño", reflexionó, "que tal región pueda existir desconocida por el mundo científico. Vaya, la inspección por una comisión gubernamental sería bien recompensada. Extraño, también, que debiera estar en el prácticamente único punto de la Tierra que sigue siendo una terra incognita, más incluso que el interior de África o el continente Antártico. Y el hecho de que sepamos que Australia posee numerosos representantes vivos del período secundario, tanto en los reinos vegetal y animal, como la araucaria, el pandanus y ciertas clases de mariscos, me lleva a inferir que la isla de Papúa, situada en el mismo cuadrante de la Tierra, pero más tropical, puede poseer características zoológicas similares o aún más marcadas. Debo confesar que las notas un tanto dispersas que acabo de leer me han transmitido un nuevo interés por la narración del capitán Sebright. Con su permiso, tendría mucho gusto en trasladarlas al conocimiento de la Academia de Ciencias en nuestra próxima reunión. Por favor, continúe Capitán Sebright. Soy todo expectación por el desenlace [6] de su historia.”

    Yo estaba secretamente complacido por el giro que habían tomado los acontecimientos, y porque, después de todo, mi reputación de crédulo, como es deducible de esta visita, disminuiría sustancialmente a la luz del aval de una autoridad científica indubitable como W__.

    "Creo que les dejé, caballeros, cuando estábamos enterrando al señor Ince en la arena", continuó el capitán, cuando W__ terminó de hablar; "Eso sucedió el quince de diciembre, el mismo día de su muerte, ya que no habría sío práctico mantener el cadáver más tiempo en ese cálido clima. Bien, las preparaciones de las que les estaba hablando continuaron hasta el veintiuno de diciembre, que como saben, es el día más largo del año al Sur del Ecuador. Pero aquel día por la mañana me di cuenta de que algo inusual iba a suceder, y me mantuve alerta, porque podía verme envuelto en algo por no haber estao atento, pues les digo que no hay que confiar en los salvajes cuando llega la celebración, aunque sean bastante racionales en épocas normales. Como una hora después de la salida del sol, el sumo sacerdote salió de su choza y fue ande estaban la mayoría de los negros, gritando y golpeando sus tambores y cosas, y les hizo un corto discurso, y les hizo formar como en una procesión, con doce o quince chicas jóvenes al frente, y entonces tol grupo comenzó a marchar hacia donde había una gran arboleda de cocoteros, y naranjos, y arces, a unos cuatrocientos metros de distancia. Ahora debo decirles que yo, y Ben Baxter, y el señor Ince siempre habíamos tenío curiosidad por ver lo que había en aquella arboleda, porque estaba custodiá día y noche, tol año, por una patrulla de salvajes armaos, pero nunca permitían a ninguno de nosotros pasar del exterior; y una vez cuando Ben Baxter se ofreció a ir a través de los árboles se mostraron realmente belicosos, y Ben estaba tan sorprendío que llegó a la conclusión de que no le importaba ir en absoluto. Tras aquello tos estuvimos preguntándonos y descurriendo qué tipo de secreto habría en aquella arboleda; pero, hasta donde pudimos ver, nunca entró en ella ni uno solo de los salvajes -ni siquiera los guardias que estaban afuera. Bueno, caballeros, cuando la procesión comenzó a formarse, y marcharon en dirección a la arboleda, Ben estaba junto a mí, y dijo:

Mujeres hanuabada. Papua or British New Guinea (J.H.P. Murray, 1912)

    "Jim,” dijo, "voy a seguir a los negros. Puedo ver que van a hacer algo en el interior de la arboleda, y que me aspen si no me entero de lo que es". Y yo le dije: "No lo hagas, Ben, si no lo desean, porque na’ bueno puede salir de contradecirles."

    Pero Ben no me hizo caso, sino que fue y se les unió, yendo de la mano con su esposa, y como no quería quedarme atrás solo, seguí la marcha algo retirao. Cuando llegamos a la arboleda, el sumo sacerdote –un viejo, pintao pa’ hacerle parecer un diablo- llamó a un montón de negros grandes y fuertes, y empujaron a las jóvenes que caminaban al frente al bosque entre los árboles. Y después de que las metieran allí las niñas chillaban, y gritaban, y se arrojaron de rodillas, y lloraron tanto como pa’ partirle el corazón a cualquiera; pero los negros las golpeaban, y las hacían rodar, y las empujaban con sus porras y la punta de sus lanzas, y el resto de la multitud permaneció gritando, y golpeando sus tambores, como si el infierno se hubiera desatao.

    Bueno, caballeros, por supuesto que no me gustaba ver cómo sucedía este asunto, pero ¿qué podía hacer? Diantre, si yo hubiera hecho un movimiento pa’ hacer na’ me habrían hecho picadillo enseguida. En uno o dos minutos llevaron y empujaron a toas las muchachas dentro del bosque, y como un montón de salvajes hacían guardia afuera, por supuesto no pudimos ver na’ más, aunque los chillíos y gritos continuaron peor que nunca. En eso de un cuarto de hora los chillíos cesaron, y tras un minuto o dos el sacerdote y los salvajes salieron, y pude ver sangre en sus manos y sus piernas, como si hubieran estao descuartizando ovejas. Entonces tos regresaron a la aldea, excepto los guardias que estaban siempre en el bosque, y hubo festejos, y cánticos, y danza, hasta por la mañana. No quise unirme, después de lo que había visto, y simplemente me tumbé en mi cabaña a pensar en abandonar aquel maldito lugar y marcharme como fuera, cuando Ben Baxter entró en la cabaña, y me dijo:

    "Jim", dijo, "entre tú y yo, han sacrificao a toas las muchachas que llevaron a la arboleda hoy. Ahora, tan seguro como que mi nombre es Ben Baxter, que voy a ver qué hay en la arboleda, y si es un ídolo, como supongo que lo es, voy a aplastar la maldita cosa, y a poner fin a sus procedimientos de una vez por todas".

    "Bueno, Ben", dije, porque vi que tenía la idea fija en su mente, y que era inútil llevarle la contraria, “ten cuidao y no asumas más riesgos de los necesarios. Mas si te sientes obligao a ir, diantre, estoy contigo. Lo mismo da ser asesinao de golpe o continuar en este agujero infernal".

    Así que, cuando llegó la oscuridad, y tos los salvajes estaban festejando y cantando, yo y Ben nos deslizamos con sigilo fuera de la choza y nos dirigimos a la arboleda. Ahora, debo decirles que este bosque cubre unos cuatro acres de terreno, y a espaldas de la cara norte se encontraba el acantilao más raro que se haya visto jamás. Tenía unos sesenta metros de altura, y el borde se inclinaba sobre el bosque de modo que el sol nunca lucía sobre los árboles que estaban a sotavento, ni siquiera en el día más largo cuando estaba al Sur del Ecuador. Yo y Ben describimos una especie de círculo alrededor del bosque pa’ no dejar que los guardias nos vieran llegar, y entonces serpenteamos por el fondo del acantilao hasta que llegamos a los árboles. Supongo que los guardias pensaron, tal vez, que no era necesario hacer la ronda al frío cuando había diversión en el pueblo. De toas formas, yo y Ben nos arrastramos adentro, y una vez al amparo de los árboles supimos que estábamos bien, suponiendo que no hubiéramos hecho ningún ruido pa’ atraer su atención. Bien, nos arrastramos a lo largo por la hierba hasta que llegamos a un claro en el centro, como de un cuarto de acre, por lo que pude juzgar, y en medio de aquel sitio había un montículo de arena de unos seis metros de alto. Había comenzao a asomar media luna por el Este, y caminamos hasta el montículo, y ¿qué creen que vimos? Como que estoy vivo, los cuerpos de toas las muchachas que fueron conducías hasta el bosque por la mañana yacían descuartizaos, degollaos, alrededor y por todo aquel montículo, y la arena estaba roja de la sangre de las infelices. Como cinco o seis buitres agitaban sus alas perezosos echando a volar sobre los árboles según nos acercábamos, y como estábamos asustaos por el descubrimiento regresamos entre los árboles en un santiamén, y esperamos.

(Continuará...)

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[1] Estratos del suelo inglés, Mar del Norte, Países Bajos y Norte de Alemania (que el autor traslada a Nueva Zelanda) del Triásico al Jurásico Inferior, compuestos por calizas marinas, esquistos, margas y arcilla.
[2] Dos tipos de cícadas.
[3] Sinónimo de la cícada Macrozamia spiralis. Véase ilustración.
[4] Milne emplea aún el diptongo inicial la raíz griega δεινός. Este arcaismo es común en la literatura de todo el siglo XIX (el propio Darwin es un buen ejemplo) e incluso a comienzos del siglo XX.
[5] Hoy sabemos que el ictiosaurio no es un dinosaurio, sino un gran lagarto marino.
[6] En francés en el original. Se ha optado por traducir al castellano dénoûment, por no ser un galicismo habitual en nuestro idioma.

jueves, 15 de octubre de 2015

Los peinados dinosaurianos de Ray Young Chu

El ilustrador Ray Young Chu es cofundador del colectivo artístico The Yummies radicado en Denver (Colorado, Estados Unidos). Desde muy joven se sintió atraido por el arte y supo que era lo que quería estudiar. Pronto encontró su peculiar estilo, en el que mezcla animales, extraterrestres y cultura popular, todo ello barnizado con una gran dosis de humor. Actualmente reside en Los Angeles (California, Estados Unidos) y es bien conocido en el circuito underground de la ciudad. De su obra, hemos seleccionado esta serie de ilustraciones de peinados dinosaurianos, pero si quieres ver algo más de su trabajo, puedes visitar su tienda de Etsy o su Instagram.





Como bonus, dejamos este dinosaurio con batamanta, también obra de Ray Young Chu:

miércoles, 14 de octubre de 2015

La Prehistoria según Brad Albright

El estadounidense Brad Albright es un artista multidisciplinar que ha trabajado para multitud de compañías relacionadas con el mundo de la música, la publicidad y el entretenimiento. Obtuvo su Master de Bellas Artes en Ilustración en el Hartford Art School (West Hartford, Connecticut) con menciones, y actualmente es profesor asociado de Ilustración Digital en el Collin College (Plano, Texas). En los útlimos años ha estado implicado en el diseño de libretos, merchandising y diseño de productos de marcas como Marvel, DC Comics, Warner Brothers, Nickelodeon o Disney entre otras. En su faceta más artística, Albright ha mostrado cierto interés en la representación de escenas prehistóricas. Aquí dejamos una muestra:

Dreamosaurs

Survival of the Biggest

The Tar Pits at La Brea

Plesiosaur

Sabre Skull Valley

Pterodactdinner

Triceratops

martes, 13 de octubre de 2015

Cavegirls in fur bikinis

"Tan divina de la muerte que no lo soporto ni yo"

Cavegirls in fur bikinis es un catálogo de mujeres de las cavernas, chicas selváticas y otras féminas en bikinis de piel y modelitos similares, algunas de ellas dibujadas o de juguete aunque la mayoría de carne y hueso, desde la seminal -ejem- Raquel Welch de One Million Years BC a las protagonistas de títulos tan improbables como Playmate of the Apes, Bikini Girls on Dinosaur Planet o Beach Babes 2: Cavegirl Island. ¿Que si es NSFW, o sea "para mayores"? Te contesta su creador: "qué esperas de un blog llamado Cavernícolas con bikinis de piel". 

Nominada a 24 premios de la Academia incluyendo Mejor Actriz de Reparto y Mejor Guión Adaptado

viernes, 9 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (I)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte I


    "La goleta Aileen que acaba de regresar de la bahía de Papúa con un cargamento de nuez moscada y corteza de massoi [1] ​​informa haber avistado un monstruo extraordinario en los pantanos que se alinean en la costa oriental de la bahía. Era claramente visible a una distancia de cuatro millas del punto donde la goleta estaba varada, quebrando y arrancando en su camino los árboles de alcanfor y palmeras sagú, tal como el capitán Biggs lo describe, con la misma facilidad que un cerdo a través de un campo de patatas. El capitán dice que, a juzgar por su aspecto a esa distancia, no puede haber medido menos de veinticuatro a treinta metros de longitud. Dice que, a veces, se levantaba sobre sus patas traseras y que entonces su cabeza sobresalía claramente entre las copas de las palmeras. Lo examinó con los prismáticos, y dice que nunca vio un animal como aquél, al que compara con un oso por sus características generales. El capitán Biggs es una persona sobria y de fiar, no dada a contar cuentos y, como la circunstancia es atestiguada por los seis hombres de su tripulación, ofrecemos su comentario. He aquí una buena ocasión para nuestros cazadores locales."- Brisbane Courier, 6 de enero de 1882.

    El párrafo anterior, tomado de un diario reciente de Queensland (Australia) que me envió un amigo, atrajo mi atención hasta exclamar: "¡Bah! ¿Estas serpientes marinas y boojum-snarks [2] han comenzado a atacar a los testarudos australianos con su fermento? ¡Pues bien!" Y al minuto siguiente se borró de mi memoria. Probablemente nunca habría vuelto a pensar en ello, si no fuera porque una circunstancia singular lo hizo aflorar, y le dio suficiente importancia ante mis ojos como para convertirlo en texto, por así decirlo, de la siguiente narración.

    La otra mañana fui a dar una vuelta y llegué por casualidad a la Biblioteca Mercantil, en Bush Street, y observando que varias damas subían del sótano, la curiosidad me incitó a averiguar qué estaba sucediendo allí. Al entrar en la sala me encontré con que se había convertido en una especie de museo: estaba llena de ejemplares del reino animal y del mineral, muchos de ellos tan hábilmente imitados y tan inusitadamente naturales como para engañar, si fuera posible, aún a los escogidos, biológicamente hablando. En el suelo, había agrupados huesos de animales largo tiempo desaparecidos; junto a ellos yacían colmillos de sorprendente desarrollo, que pretendían ser reproducciones exactas de los originales sitos en galerías europeas. En el centro de un plataforma elevada cercada con barandillas, había un monstruoso y gigantesco elefante, que una pancarta decía ser una reproducción exacta del mamut que fue encontrado incrustado en el hielo del río Lena, donde su ataúd de cristal le había preservado para quién-podría-decir-cuántos miles de años. Una criatura de diez metros de largo por cinco de alta es digna de más que una mirada al pasar, y yo me quedé examinando sus piernas como columnas, la piel peluda y los enormes colmillos, y calculando si el original de aquella enorme mole podría haber llegado a alcanzar o no una tonelada, cuando una voz a mi lado me sacó del ensimismamiento:

Exposición de mamuts en San Petersburgo. La Tierra antes del diluvio (1864, Louis Figuier)

    "Un bestia mu grande, señor; pero la he visto más grande."

    Mecánicamente, me volví e inspeccioné al orador, un hombre bronceado, barbudo y curtido de unos, yo diría, cincuenta años, vestido de marinero, inclinado descuidadamente contra la barandilla mirando al mamut.

    "¿La ha visto más grande? ¡Ah!", repetí absorto, cogiendo vagamente, al principio, el significado de la observación.

    "Sí", dijo el hombre, con bastante más énfasis, "La he visto más grande. Es más, diez veces más grande. Diantre, ese mamú es un peazo de la bestia que yo vi. Era tan grande como ésa cuando nació.”

    Entonces, me di la vuelta y miré al hombre cara a cara.

    "Mira, amigo", le dije: "Yo no sé por quién me tomas, pero te puedo asegurar que es inútil que trates de marearme con ese tipo de cuentos. Me jacto de tener suficientes conocimientos de historia natural y de las leyes de nuestro planeta para darles ninguna credibilidad" Y tras realizar esta proclama, me detuve para presenciar su efecto. No hubo ningún efecto. El hombre simplemente me miró a la cara y dijo:

    "Puedo ver que es un hombre educao, señor, y mejor estudiante, tié más libros estudiaos, sin duda, que yo; pero le digo, tan seguro como que está ahí delante mío, que estoy diciendo la pura verdad cuando le digo que he visto una bestia diez veces más grande que ese mamú, y estuve allí también cuando salió del cascarón."

    Observé al hombre de cerca y críticamente para detectar, en la medida de lo posible, qué objeto pudiera tener para jugar con mi credulidad, pero no pude extraer nada de su franco semblante y su aparente sinceridad de expresión. Decidí, por tanto, simular que le creía, y sonsacarle la verdad.

    "Y, disculpe, ¿en qué parte del mundo vive esta extraña criatura?", Le pregunté.

    "En Papúa, o como algunos la llaman, Nueva Guinea, una gran isla al Norte de Ostralia; tal vez usted ha oío hablar de ella. Y por lo que sé, la bestia está allí entoavía", respondió el hombre.

    De repente, cruzó por mi mente el recuerdo del párrafo del periódico australiano, que acabamos de citar, y no pude dejar de conectarlo con la afirmación de este hombre. ¿Sería posible, pensé, que pudiera haber algún germen de verdad en estas historias extrañas y caprichosas de criaturas toscas y gigantescas en remotas tierras salvajes, raramente hoyadas por la pisada del hombre? ¿Sería posible que, bajo ciertas peculiares condiciones y extraños auspicios, algunos ejemplares aislados de razas largo tiempo extintas pudieran sobrevivir todavía? Aunque la idea parecía absolutamente improbable, debía confesar que no era ni lógica ni naturalmente imposible, y decidí escuchar lo que este hombre tenía que decir y obtener, si no otra cosa, al menos algo de entretenimiento de su historia. Por la conversación supe que el capitán Sebright (que ahora trabaja de piloto en la bahía) residía en Jessie Street, y acepté una invitación para visitarle esa misma tarde y escuchar su historia, además de examinar algunos documentos en su posesión en torno al tema.

El hotel Palace de San Francisco, entre las calles New Montgomery, Market, Annie y Jessie (1875)

    Durante el transcurso del día, me encontré con mi amigo W__, una de las lumbreras de la Academia de Ciencias, y le convencí para que me acompañara en mi visita vespertina, aunque me costó soportar una sonrisa de conmiseración y superioridad. De modo que llamamos al capitán y, después de los preliminares habituales, nuestro anfitrión nos introdujo en su historia como sigue:

    "No sé si ustedes han estao alguna vez en los Mares del Sur, caballeros, pero entre ustedes y yo, hay más sitio allí pa’ cosas raras que en cualquier otra parte de la Tierra en la que yo haya estao. Si hablamos de su vegetación, sus árboles, sus divertíos pájaros, sus esóticas bestias… apuesto a que no encontrarán na’ parecío en absoluto en ningún otro lugar. Lo más extraño que he visto en cuestión de bestias, lo he visto en la isla de Papúa. Si tien’ tiempo, les contaré cómo era, y entonces, creo, pensarán lo mismo que yo. Fue justo hace dieciséis años, tal vez un poco más o menos, que me embarqué frente al mástil del bergantín Mary Chester, de Wellington, Nueva Zelanda, con un cargamento de carbón pa’ Singapur. Era el mes de octubre, y el capitán tomó el paso al Norte a través del Estrecho de Torres. Bueno, nos las apañamos bien hasta el Cabo Rodney, ande un tifón nos embistió y, antes de que pudiéramos cambiar las velas, habíamos escorao y estábamos nadando por nuestras vidas. Uno de los botes se soltó en el jaleo, y Ben Baxter, el contramaestre, y yo subimos a él, y desde dentro ayudamos después a subir al señor Ince, que era el segundo de a bordo, y nunca volvimos a ver a naide más de la tripulación, en parte alguna.

    Había remos en la barca, y pusimos rumbo a tierra, pero el viento nos desplazó lejos, hacia el interior del golfo de Papúa. Condujo por nosotros, calculo, día y medio, hasta que quedamos varaos en un banco de lodo y tuvimos que vadear hasta llegar a tierra. Los nativos vinieron a observarnos, atemorizaos, pero se fueron tranquilizando poco a poco y después fuimos con ellos a una especie de pueblo que tenían, a unos doscientos o trescientos metros de la costa. Les recuerdo que en aquellos tiempos naide sabía na’ acerca de los negros que vivían en Papúa. No comerciaban en aquellos días con Ostralia, ni con otros países, porque la gente conseguía las especias y los pájaros con mayor facilidad en las islas al Oeste, y no tenía necesidad de ir a Papúa. Había algo de comercio en la costa norte de la isla, pero la zona en la que habíamos naufragao estaba hacia la esquina Sur-este, y la raza que vivía allí era mu distinta de la gente que vivía a mil millas de distancia, en el otro extremo de la isla, como un negro de un malayo. Se rumoreaba que eran caníbales, y al principio tuvimos un poco de miedo de que pudieran tener carencia de carne fresca; pero nos trataron de primera y no hubo problemas. Desde el primer día que llegamos allí, mantuvimos una viva búsqueda de un barco, y les preguntamos por señas si había pasao alguna vez algún barco por allí, y el señor Ince hizo un dibujo de un barco en su cuaderno, pero movieron la cabeza y se rieron, y quedó claro que ningún barco había pasao nunca por allí.

    Debo decirles que la corriente había sacao al barco del lodo la primera noche, y lo estrelló contra un arrecife de coral, y estaba tan destrozao que no pudimos hacer na’ por él, y los nativos no tenían herramientas que sirvieran pa’ la carpintería. Así que no había más que quedarnos ande estábamos o ir a alguna otra parte de la isla. Hacia el Norte y el Este no se veían más que montañas nevadas, y al Sur no había na’ más que pantanos y bancos de lodo, y bosques de árboles de alcanfor y similares, mientras que ir al Oeste significaba alejarse del mar, así que, como quiera que sea, decidimos quedarnos ande estábamos durante un tiempo. Los negros nos dieron una choza pa’ vivir, hecha con velas dobles de estera -que es el material con el que los malayos hacen sus chozas- y de manduca tomábamos lo que ellos tomaban. No faltaban naranjas, bananas y cocos; y carne de canguros y las presas pequeñas que podían atrapar o cazar con flechas. No olviden que los negros viven de un modo bastante confortable pa’ ser salvajes.

Grupo de jefes koyare, Papúa Sudoriental. Grabado de Thiriat sobre una fotografía de M.J.W.Lindt para Picturesque New Guinea (1887)

    Allí era la estación lluviosa y el sol caía directo sobre nuestras cabezas, así que el señor Ince, el segundo de a bordo, se hizo un cuadrante de un trozo de tablón con la navaja de Ben Baxter y nos dijo que estábamos a unos 7º 30' Sur y 145º 30' Este, y en consecuencia, justo a la altura del golfo de Papúa. El barco naufragó el veintitrés de octubre, y el señor Ince dijo que era pleno verano en esa latitud, porque el sol viajaría al Sur durante los próximos dos meses y el próximo pleno verano llegaría sobre mediaos de febrero, cuando el sol alcanzara el cénit de nuevo, avanzando hacia el Norte.

    Bien, caballeros, los salvajes era el pueblo más feo que jamás se hayan cruzao. ¿Labios delgaos? Supongo que no. ¿Narices como ollas de tres patas, planas y con dos ​​grandes agujeros al fondo? ¡Oh no! ¿Pintura? ¡Dios mío! Si no eran las estampas más decoradas que he visto, pueden ahogarme hasta que muera. Diantre, se echaban la pintura encima como si no costara na’, y na’ más; y las mujeres no se amilanaban más que los hombres. Pero eran el pueblo más amable que nunca verán; y si alguien viene a decirles que los papúes son caníbales, díganle de mi parte que, al menos con los que estábamos, han avanzao mucho en su discernimiento, aunque dicen que los que viven en el interior del país tardarán menos en engullirte. Sus cabañas, hechas de esteras de cocotero, mantienen la lluvia fuera mucho mejor que el lienzo, como pueden juzgar de que hacen sus ollas y baldes del mismo material.

(Continuará...)

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[1] El Cryptocarya massoia es un árbol de la familia de los laureles cuya corteza se utiliza con fines aromáticos y terapéuticos.
[2] Se trata de un animal ficticio, inventado por Lewis Carrol (1832-98) en su poema La caza del snark (1876, Mc Millan Publishers).

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