martes, 3 de enero de 2012

Cuando la bebida se estropea (Marc Riera)

Llevaba días intentándolo, y nada. Había estudiado cada mapa geológico atentamente, y la conclusión era siempre la misma: el mayor yacimiento descubierto hasta la fecha de tierras raras estaba ubicado debajo de una aldea masai. Ni los millonarios sobornos de sus jefes los habían logrado echar. “Estamos muy arraigados a nuestra tierra. No vamos a marchar”.

- ¿Karen, no habrás visto por ahí el mapa geológico de la última mina que hemos abierto?

Karen, la gata de Max, levantó la cabeza desde el rincón donde yacía. Se lamió un poco el vientre y se puso a dormir de nuevo.

- Supongo que eso es un no.

La geología de la zona era bastante desconocida, y los mapas geológicos más nuevos databan de la ocupación colonial. Los afloramientos que habían localizado eran pequeños, no colmaban ni por asomo las expectativas de sus jefes.

El sonido del teléfono le dio un sobresalto. Karen gruñó, y se hizo un ovillo perezosamente. Max cogió el teléfono:

- Hola.

- ¡Max! ¡Son ustedes una panda de asesinos, querían a toda esa gente fuera y ahora están todos muertos!

- ¿De qué me habla, quién ha muerto? – Era Carl, el sargento que dirigía la comisaria del pueblo más próxima a la aldea. Siempre le llamaba para quejarse de los acosos que sufrían los aldeanos. Max era más cercano y accesible que los jefes de la mina.

- No se haga el inocente. Venga aquí inmediatamente, y traiga a ese ayudante escuálido suyo, John. Es una orden. – Colgó el teléfono con un estrépito.

Max estaba perplejo. Tras unos segundos de titubeo, salió de su despacho a toda prisa.

Max conducía el jeep de vuelta al complejo minero. Carl los había dejado marchar tras un interminable interrogatorio. Se giró hacia John, que estaba distraído mirando el paisaje.

- Ha muerto una aldea masai entera, justamente una que vivía encima de un yacimiento mineral de vital importancia para una gran multinacional. ¿Qué oportuno, no?

- Me recuerda Avatar.

- John, lo digo en serio. Esta masacre es demasiada oportuna, ¿no crees?

Según lo que les había dicho Carl, todos los habitantes del pueblo habían muerto. No había señales de lucha, aparte de algunos zarpazos y mordiscos de algunos grandes mamíferos de la sabana, que acudieron a darse un festín con los cadáveres. Según Carl, muchos cuerpos hedían a almendras amargas. Dijo que era un ungüento que se ponían los nativos para protegerse del mal de ojo. También señaló que muchos tenían los labios azules, según él, un color muy seductor para los nativos.

- No me ha pasado por alto el ungüento de almendras amargas, ni los seductores labios de las nativas, Max – Se echó a reír. – Carl es un buen hombre, pero estúpido. Se trata de un envenenamiento con cianuro.

- Ya. ¿No has notado nada raro últimamente? – John contestó con un gruñido. Max siguió pensando. – Y los últimos sedimentos, los de hace cuatro días, ¿algo anormal?

- No, lo de siempre: plantas y más plantas. Ese nivel es todo igual. El análisis tampoco señaló nada fuera del normal. – John analizaba el sedimento extraído, en busca de trazas de minerales preciados.

- Entiendo.

Max entró en su despacho. Cogió el registro de actividades de la mina, y el informe de laboratorio de John. Todo en orden. Max se sentía cada vez más frustrado. El diario de entradas de sedimento al claro (un prado habilitado para echar la tierra extraída), en cambio, si contenía una anomalía. No contenía ninguna anotación referente a la entrada de sedimento hacía cuatro días. Salió apresuradamente de la habitación. Encontró a John en la cantina.

- Los sedimentos de hace cuatro días, ¿donde lo llevasteis?

- Nos llegó un comunicado diciéndonos que el claro estaba saturado, y que tardarían semanas en habilitar otro. Así que los echamos al río.

- ¿Dónde exactamente?

Había ido al claro ayer, y había espacio para albergar tres veces el sedimento extraído en el último túnel. ¿Por qué les habrían dicho de echarlos al río? Siguiendo las indicaciones de John, llegó al lugar donde habían echado la tierra al agua. Se agachó sobre parte del sedimento que no había caído al agua. Efectivamente, contenía materia vegetal. Parecía digerida, y estaba mezclada con muchos cantos rodados. Al fin entendió que estaba observando: un coprolito. Siguió arriba el curso del río unos metros.

Volvió a agacharse. Más coprolitos. Se fijó en el fondo del río. Vio muchos cantos rodados, muchos más de lo que sería normal. Siguió avanzando. Se dio de bruces con un grupo de antílopes muertos. De los múltiples aromas que emanaban los cadáveres, Max percibió la de almendras amargas. En una súbita chispa, todas las piezas del puzle encajaron.

La puerta del despacho de Max se abrió. Entró un hombre, fumando un cigarrillo. Karen dormía profundamente. Cogió uno de los libros que había echados sobre la mesa, y anotó una entrada de sedimento. John hizo una profunda calada. Tras meses de análisis, al fin había encontrado algo fructífero: altísimos niveles de cianuro en unos coprolitos. Sin saber de dónde le venía, se le ocurrió una oscura idea. Habló con sus superiores, les dijo que si echaban los coprolitos al río, los cianuros que contenían se disolverían, y como los masai bebían agua del río, morirían envenenados. Los cadáveres atraerían a las fieras de la sabana, que acabarían con los supervivientes. Les encantó la idea. Falsificó el informe del laboratorio, y ahora el diario del claro.

El cigarrillo que fumaba ahora contenía pedazos del informe original. Le producía mucho morbo fumarse las pruebas. Se sentía poderoso. Muchas veces se había preguntado el origen de los cianuros presentes en los coprolitos. Se imaginaba el interior de los grandes saurópodos. En su interior, se mezclaban piedras, ácidos, enzimas, bacterias y plantas. Con semejante mezcla, aparte de vegetales digeridos, se obtenían muchos residuos. En estos coprolitos en concreto, el resultado fueron cianuros. John sonrió para sí. Se haría muy rico. Y si Max seguía investigando, acabaría muy muerto.

 LAMARCK (Marc Riera)


Y con este relato se cierra el repaso a los participantes del Primer Certamen Literario Koprolitos. Muchas gracias a Marc Riera por su participación.

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